Necesito andar a diario,
mi cuerpo me lo pide.
A menudo cuando camino,
lo hago envuelta en mis pensamientos de madre estresada, pensando sin cesar en
lo que voy a cocinar ese día o recordando en pedir cita a la pediatra y mil
pensamientos más que invaden mi mente, pero hace unos meses no fue así.
Aquel día salí a caminar
con mi hija e intenté no andar deprisa y relajarme un poco, ya que hacía unos
días que estaba notando demasiadas taquicardias en mi corazón y me asusté. Y
así fue como me fijé en mi vecina, que salía por la puerta del bloque contiguo.
Observé que llevaba puestas unas zapatillas blancas de deporte y por las
arrugas de su cara, calculé que tendría unos 80 años.
La saludé y enseguida me contestó sonriendo. Cuando vio a mi pequeña entablo
una “conversación”, mi hija se puso a parlotear con ella y cuando terminaron,
me dijo:
-Bueno, voy a caminar un
rato como todos los días.
Se fue cuesta abajo
caminando con un garbo que ya quisieran muchos tener a su edad y su actitud me
causo admiración, al igual que lo hacen muchas señoras cuando las veo caminar
en grupo por las mañanas cerca de mi casa.
Desde entonces cuando
nos encontramos, tenemos breves conversaciones sobre el tiempo, los niños...y
siempre que se despide de mí, lo hace con un ¡Hasta luego hija! y esboza una
agradable sonrisa.
Sé, a través
de comentarios de vecinos que ha estado mala de salud, que su cuerpo le duele a
menudo, pero nunca ha tenido una mala cara, un mal gesto, ni se ha
quejado, como lo hacen otras personas que te cuentan todas sus dolencias,
cuando sólo le preguntas que tal están.
Ayer volví a verla desde
mi ventana, ella estaba paseando ella cuando notó que la observaba y levantó la
vista para saludarme, en ese momento sentí como emanaba de ella un aura de
energía positiva y a la vez noté el esfuerzo que hacía para continuar dando pasos.
Al día siguiente por desgracia,
me enteré de que sus blancas zapatillas blancas, no volverían a caminar.
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